El mundo ha cambiado para siempre con la última crisis sanitaria. Esto se suma a la crisis económica sistémica, con una deuda impagable por personas, instituciones y países, que estanca cualquier avance. A ello sumamos la crisis climática que, sea o no cíclica, afectará las dinámicas de funcionamiento conocidas. El hacinamiento y la centralización de las grandes urbes también favorece la desigualdad y la delincuencia. Si, además, reconocemos lo inevitable de que las máquinas y la inteligencia artificial acaben sustituyendo un inmenso surtido de puestos de trabajo, la pregunta es ¿podremos sostenernos en el futuro próximo?

Podremos sostenernos si cambiamos la forma en que se articuló la sociedad hasta ahora. No esperemos a que organismos mundiales desconectados de nuestras necesidades particulares, decidan qué hacer con nuestra fuerza laboral, nuestra creatividad, nuestras casas, nuestra tierra, nuestra educación, nuestra salud o nuestro dinero. La solución pasa por organizarnos en cooperativas y comunidades autogestionadas, coordinadas por comisiones representativas y vinculadas directamente a las necesidades de la población que representan. Y que el cambio sea de abajo hacia arriba, mostrando nosotros cuál es el modelo de vida que deseamos y no esperando que nos lo dicten los gobiernos de turno.